Eran las 7,30 de la mañana. El sol del invierno aún no se había despertado sobre las cintas de la policía judicial que acotaban su cuerpo.
Días más tarde entregábamos, en un amanecer enfurecido, las cenizas al viento y al mar de la isla. Tan escasa materia desaparecía definitivamente en el modesto paisaje que tanto amó; tierra en la que perdió sus últimos y más intensos paraísos.
Aquella misma tarde hermosa y vacía, mientras paseábamos sonámbulos pegados al agua inerte, pensamos que algún día seleccionaríamos y mostraríamos sus creaciones más esenciales: fotografías artículos, poemas, manuscritos y algunos de sus dibujos irónicos e ingenuos sin olvidar el currículum que ella misma elaboró. Informe vital que manejó hasta el final y con el que pretendía tenaz y dolorosamente conseguir trabajos de la más diversa índole, obsesiva necesidad para salvarse de las sombras, duro esfuerzo por mantenerse independiente y a flote.
Mujer hermosa, honesta e inteligente, demasiado sensible y demasiado confiada en sus propias soluciones para poder salir del callejón en el que, muchas veces, se vio atrapada por “la tiranía de sus estados de ánimo”.
Hoy calmado el mar de la isla, desmantelado el solar de  ruinas, vacios de aliento, belleza y curiosidad, todos los lugares que tan intensamente vivió. Alejada pero nunca olvidada Sonia retorna a nosotros a través de este modesto rincón de la memoria.
Ahora, cuando se cumple el 5º aniversario de su muerte se presenta la recopilación de parte de su obra bajo  un título que ella misma había elegido:“EL OJO AVIZOR”


























































Estas tres fotografías de calabazas son el trabajo que se puede ver de forma permanente en el vestíbulo del restaurante de Las Cortes Valencianas 

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